Paramédico

“Mi terapia fue la risa, me ayudó a salvar a las personas”
Por Erick S. González

"El día que decretaron la cuarentena por el COVID-19 estaba de guardia en una estación de bomberos de Caracas. No diré exactamente dónde por miedo a que me quiten mi trabajo. Soy funcionario público, perteneciente a la brigada de paramédicos, adscrita a los Bomberos de Caracas. No tengo una cuenta exacta de cuántas personas con coronavirus atendí, pero sí cuántos días tengo trabajando: 486 días, para ser exactos. Es una guardia perpetua que comenzó el viernes 13 de marzo de 2020."

Manuel* fue el nombre que se escogió para retratar su historia como bombero en la pandemia de COVID-19.  Durante la entrevista celebrada en septiembre de 2021, se refiere a sus jornadas: cada vez sus días laborales son más largos y las noches más cortas. Apenas puede tomar una siesta, porque siempre tiene que estar atento a la llamada del comando.

“Tengo 35 años de edad. Desde que tenía 15 he estado en cursos de bomberos, paramédicos y rescate. Me gradué como bombero en 2010. Así que tengo experiencia en el rescate y auxilios en situaciones críticas. Actualmente, me dedico a hacer los traslados de alto nivel en Caracas, donde apenas hay ambulancia.

¿Que cómo fueron los primeros meses de la cuarentena? completamente caóticos. Los primeros cuatro meses fueron los peores. En 24 horas hacía entre 26 y 30 traslados. Los llevábamos primero a los Centros de Diagnóstico Integral (CDI); luego de que le hicieran alguna prueba los trasladábamos hasta un hospital, donde se mantenían recluidos. Lo más angustiante era no saber cuándo me tocaría a mí. Trataba de minimizar esa situación y enfocarme en mi trabajo, porque sabes que un tanque de oxígeno, una ambulancia, un tratamiento oportuno salvan vidas” dice.

A Manuel, el Estado venezolano a través del Ministerio para la Salud y la Alcaldía de Caracas, le suministraban un centenar de trajes protectores al mes, además de los tapabocas. Explicó que el protocolo le indicaba que tenía que cambiar de traje y tapabocas cada tres traslados. Sin embargo, pasado el tiempo los insumos se redujeron a la mitad.  Al principio les daban 120 trajes protectores, tapabocas y alcohol. A partir de junio de 2020, solo proporcionaban 60. Dice que para evitar contagios, lavaba la ambulancia cada dos viajes, en vez de tres, como indica el protocolo.

La terapia de la risa

“El hombre sufre tan terriblemente en el mundo, que se ha visto obligado a inventar la risa”, el autor de esta frase es el filósofo alemán Friedrich Nietzsche, conocido por su postura existencialista. La cita podría explicar la actitud ante la vida descrita por Manuel durante la pandemia del COVID-19.

Para este paramédico la risa fue su terapia y la única forma de conectar con las personas que trasladaba a los hospitales. Enfatizó que un buen chiste no solo sacaba una sonrisa a los pacientes sospechosos de COVID-19, también los hacía olvidar, al menos por un instante,  las malas noticias.

“Creo mucho en la terapia de la risa. Me ayuda a no pensar en tantas cosas. Mucha gente me cuestiona porque estoy positivo en una situación como la que vivimos actualmente, a lo que les respondo: hay que echar pa’ lante´”, dice al tiempo que cuenta una de sus bromas favoritas con los pacientes: `Les digo: mira, la vaina da positiva, así que te vamos a puyar, pero no te enamores`”.

El desánimo

Manuel transita en una ciudad llena de peligros, no solo físicos como puede ser la delincuencia, sino también invisibles, impalpables para él.

Mientras realiza sus traslados a centros de atención hospitalaria tienen la mirada atenta en dos situaciones: su labor como bombero-paramédico y su propia vida.

“Sí, me sentí desanimado y desmotivado, la gente se toma a la ligera esta pandemia. Se puede entender la necesidad de trabajar, muchas personas perdieron sus empleos, pero se supone que las semanas de no flexibilización es algo estricto. La gente igual sale sin protección”, comenta, molesto.

“No tengo problemas para concentrarme. A las 5:00 a.m. estoy despierto y activo para salir a la calle. Pero mis hábitos alimenticios se alteraron. Soy muy fanático de comer, pero ahora no lo hago. Hay veces que ni como en el día. Tal vez el sueño me afectó, no tengo dificultades para estar despierto.Pero duermo poco”, cuenta como referencia personal.

A principios de octubre de 2020, Manuel fue diagnosticado con COVID-19.

“Lo primero que me llega a la mente, cuando recuerdo mis días de aislamiento, es que quería estar con mi mamá. Vivo solo en Guarenas y durante los días que me quedo en Caracas estoy en la casa de uno de mis hermanos. Cuando me contagié, pasé aislado 16 días en mi casa. Nunca me desconecté del trabajo. Pero estaba solo…Unos amigos eran los que me llevaban comida hasta la puerta de la casa. Estaba absorto en mi propio encierro. Comencé a sentir tristeza. Más allá de la pérdida del olfato y el gusto, quizás lo que más me pegó fue la soledad. No tengo hijos ni pareja. Toda mi familia vive lejos, a excepción de mi hermano. Así que recurrí a animarme como podía. Porque esta enfermedad no es solo física sino mental”, comenta Manuel.

El bombero considera que la terapia psicológica puede ser un escape y, tal vez, una solución a sus alteraciones en el estado de ánimo. Sin embargo, el poco tiempo que tiene en su trabajo, sumado a las necesidades económicas de su día a día, le dificulta tomar esa decisión.

 

Una terapia psicológica en Caracas puede llegar a costar entre 10 a 20 dólares la hora. El salario de Manuel  es de apenas 15 dólares, que es el depósito que le hace el gobierno venezolano en su cuenta cada 15 días, sumado a una bolsa Clap, con productos alimenticios básicos.

“Sí, he considerado tener terapia psicológica. Ahora estoy viendo una materia sobre la psiquiatría en mi preparación como enfermero. Allí entendí la importancia de la terapia psicológica. Antes de la pandemia, no lo veía tan claro. No entendía porque pagarle a una persona para que te escuche era necesario, pero estaba equivocado -sin embargo, sus finanzas no lo permiten ir a consulta-. No he ido a terapia porque es cara. Creo que la necesito, aunque no estoy deprimido. Pero cuando se trabaja con el público, sobre todo, viviendo al límite de las situaciones trágicas, la terapia es fundamental”.

Asegura que no tiene pensamientos completamente desesperanzadores, pero sí confiesa estar exhausto. “Son 483 días trabajando en esta guardia perpetua. He visto de todo, y lo que me falta…Viviré y ayudaré a todos con mi labor. Esa es mi meta”, dice, consciente de que la vocación de servicio es de por vida.

 

*Los nombres de los entrevistados fueron cambiados para resguardar su  identidad.